lunes, 15 de julio de 2024

"El antiintelectualismo en Estados Unidos-" Un artículoI. Asimov, 1980

Isaac Asimov describe lo que él llama «un culto a la ignorancia», en su columna de opinión del 21 de enero de 1980 para la revista Newsweek

Es difícil discrepar con esa vieja sentencia que justifica la libertad de prensa: «la gente de Estados Unidos tiene derecho a saber». Casi parece una crueldad tener la ingenuidad de preguntar «¿Derecho a saber qué? ¿ciencias?¿matemáticas?¿economía?¿lenguas extranjeras?».

Nada de lo mencionado, por supuesto. De hecho, uno bien podría suponer que el sentir popular es que los estadounidenses están mucho mejor sin esas menudencias.

En Estados Unidos hay un culto a la ignorancia, y siempre lo ha habido. El antiintelectualismo ha sido esa constante que ha ido permeando nuestra vida política y cultural, amparado por la falsa premisa de que democracia quiere decir que «mi ignorancia vale tanto como tu saber».

Habitualmente, los políticos se han esmerado en hablar la lengua de Shakespeare y Milton lo más antigramaticalmente que han podido, tratando así de evitar ofender a sus oyentes dándoles la impresión de haber ido al colegio. Así, Adlai Stevenson, que inocentemente dejó entrever cierta cultura e inteligencia en sus discursos, vio como el rebaño de los estadounidenses afluía hacia un candidato a la presidencia que inventó su particular versión de la lengua inglesa y que, desde entonces, no da tregua a los cómicos que lo imitan.

George Wallace, en sus discursos, solía hacer leña del «intelectual relamido», y era digno de ver con qué clamores de aprobación respondía a esa expresión su relamido público.
Expresiones muy usadas

Ahora los oscurantistas tienen una nueva consigna: «¡No confíes en los expertos!». Hace diez años era «No confíes en nadie que tenga más de 30 años». Pero los que aireaban tal consigna vieron que la alquimia inevitable del calendario los acabó volviendo a ellos unos treintañeros indignos de confianza, y parece que decidieron no volver a cometer ese error jamás. «¡No confíes en los expertos!» es algo que se puede decir sin ningún peligro. Nada, ni el paso del tiempo ni la exposición a la información, los convertirá en expertos en nada de provecho.

También está en boga otra palabra con la que se da nombre a todo aquel que admira la aptitud, el conocimiento, la cultura y la capacidad, y que desea que se extiendan. De ese tipo de gente decimos que son «elitistas». Es la palabra más jocosa jamás inventada, ya que los que no pertenecen a la élite intelectual no saben qué es un «elitista» o cómo se pronuncia la palabra.(1) No bien alguien grita «elitista» se hace evidente que dentro de esa persona se esconde un elitista que siente remordimiento por haber ido al colegio.

De acuerdo, olvidémonos de mi ingenua pregunta. Cuando decimos que la gente de Estados Unidos tiene derecho a saber, no nos referimos a cosas elitistas. Lo que tiene derecho a saber es, vagamente, algo así como «lo que pasa». La gente de Estados Unidos tiene derecho a saber «lo que pasa» en los tribunales, en el Parlamento, en la Casa Blanca, en los consejos industriales, en las agencias reguladoras, en los sindicatos; ahí donde tienen asiento los poderosos.

Muy bien, estoy de acuerdo. ¿Pero cómo se va a conseguir que la gente sepa todo eso?

Si nos dan libertad de prensa y nos dan periodistas que quieran investigar, que sean independientes y valientes; no cabe duda de que, cuando haya algo importante que saber, la gente lo sabrá.

Claro, ¡siempre y cuando la gente sepa leer!

Resulta que el leer es una de esas cosas elitistas a las que me refería; y una mayoría de estadounidenses, desconfiando como desconfían de los expertos y despreciando como desprecian a los intelectuales relamidos, no sabe leer y no lee. CONTINUAR LEYENDO

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