miércoles, 15 de enero de 2025

"DEUS EX MACHINA". Irene Vallejo, El País 15 DIC 2024

Fernando Vicente

Soy complicada. De niña, aturdía a mi abuela con dilemas y cavilaciones. Ella respondía agitando la mano en el aire, como ahuyentando mis embrollos, y zanjaba las conversaciones con una frase muy suya, “todo son cosas”, un suspiro de desamparo ante la tendencia de los asuntos humanos a enmarañarse. Quien más, quien menos —incluso yo, la enrevesada—, todos soñamos con abolir las complejidades de la vida. Desearíamos encontrar soluciones fáciles e infalibles para cada problema.

El conflicto fue la base de la tragedia antigua. Para los dramaturgos griegos, el mundo se presentaba como opción desgarradora: obedecer a las convicciones o a la ley; buscar la dolorosa verdad o preferir la ignorancia; proteger a los más débiles a costa de la propia seguridad o abandonarlos a su suerte. Aquellos atolladeros y pugnas de voluntades resultaban tan difíciles de resolver que necesitaron inventarse el deus ex machina. La maquinaria teatral incluía una grúa con poleas provista de una plataforma; en el clímax de la pugna, allí aparecía algún dios que, con sus poderes, enderezaba la situación. Esa trampa escénica retrata nuestra ansiedad por encontrar la figura milagrosa que ponga en orden los rompecabezas de la vida.

En esta época de épica hiperventilada, los algoritmos, las redes y ciertos medios rentabilizan nuestra angustia. Al amplificar la sensación de caos, explotan la incertidumbre y el desconcierto, y, en esa atmósfera, insuflan la idea de que necesitamos individuos poderosos, carismáticos, autoritarios, capaces de disolver con mano dura las dificultades enquistadas y el desorden. Y, de paso, derribar las regulaciones, ese gran negocio. El historiador Carlo Ginzburg, hijo de Natalia, víctima de las inclemencias del fascismo italiano, escribió: “El miedo está siempre disponible, la cuestión es quién lo usa”. Curiosamente, personas que se definen como inconformistas, rebeldes e indómitas, dicen preferir un liderazgo de ordeno y mando. En la vida cotidiana nos molesta que nos dicten lo que debemos hacer, pero nos deslizamos fácilmente al espejismo del gobernante fuerte y sin contemplaciones. Nuestro anarquista interior, que asoma ante la mínima exigencia ajena, debería protegernos de caer en quimeras despóticas.

Durante algunas décadas, creímos que la democracia era irreversible, el club que nadie quería abandonar. En la sociedad líquida es duro durar. El tiempo desgasta todo rápido, y se puede morir tanto de éxito como de fracaso, por las expectativas crecientes o por la erosión de los sueños. Hoy crece en las encuestas el número de personas, sobre todo jóvenes, que aceptarían gobiernos no democráticos, siempre que garanticen ciertos niveles de bienestar. El atractivo de la mano dura parece aumentar entre quienes nunca la experimentaron. En su imaginación es solo una idea, y se permiten el lujo de idealizarla.

La tentación viene de antiguo, y anida incluso en mentes brillantes. Platón opinaba que la alborotada y convulsa democracia ateniense no tenía rumbo ni remedio. Recibió una invitación a Sicilia de un aristócrata admirador de su filosofía. Este seguidor, Dión, era cuñado de Dionisio, tirano de Siracusa. Platón viajó varias veces para convertirse en consejero del déspota y mentor de su hijo. Soñaba con hacer realidad un viejo sueño político, el gobierno justo del rey filósofo —bien asesorado—. Sin embargo, el heredero no tenía ganas de obedecer a esos dos consejeros pelmas, que a sus ojos eran un par de moscardones moralistas. Platón comprobó a un alto precio que no se debe creer en las ocurrencias de los cuñados: tras esos intentos terminó preso y algunos dicen que incluso vendido como esclavo. Lo salvaron sus amigos atenienses, y volvió a instalarse con inmenso alivio en la ciudad que tanto lo irritó. Cuando Martin Heidegger retomó sus cursos en 1951, tras la vergonzosa etapa de acercamiento a los nazis como rector de la Universidad de Friburgo, un colega le preguntó sarcásticamente: “¿De vuelta de Siracusa?”. El episodio platónico ha quedado asociado a la atracción —catastrófica— por los presuntos tiranos virtuosos, especie todavía no catalogada en ningún inventario de la historia. CONTINUAR LEYENDO

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