sábado, 30 de diciembre de 2023

"BUENOS DÍAS, VICENTE ARTIFICIAL". Un artículo de Antonio Muñoz Molina publicado en El País (16 DIC 2023)

Las oleadas de la innovación tecnológica, lejos de ser impersonales y objetivas, pertenecen a ejecutivos y a inversores cuyo crudo propósito es acumular dinero y poder en una escala como no ha existido nunca antes

A lo que más va pareciéndose por ahora la Inteligencia Artificial, con sus correspondientes mayúsculas santificadoras, es a la antigua tontería natural, la tontería humana, que cuando se cruza con ingredientes tales como el papanatismo y la codicia puede producir resultados aterradores. La inteligencia artificial, ahora en minúsculas, y no desde luego en siglas, para no sacralizarla más todavía, se nos presenta a los ignorantes —es decir, a todos nosotros— como la mayor en esa serie de grandes oleadas tecnológicas que vienen marcando las últimas décadas, innovaciones prodigiosas que parece que vinieran de la nada y que cambian el mundo con la fuerza inapelable, y desde luego impersonal, de los fenómenos naturales, o de aquellas transiciones de unos modos de producción a otros con las que nos afligían nuestros profesores marxistas de Historia en la universidad. Dado que las fuerzas históricas eran inevitables, cualquiera que se atreviera a disentir de la dirección que imponían estaba condenado a la obsolescencia —y a lo que Trotsky llamó “el cubo de basura de la Historia”— y también, con bastante frecuencia, a la prisión y al tiro en la nuca, como bien supo el propio Trotsky, porque esos movimientos históricos tan abstractos tienen la particularidad de manifestarse en hechos concretos de extraordinaria sordidez, y de abundante derramamiento de sangre.

[...] El pequeño secreto a voces es que las oleadas de la innovación tecnológica, lejos de ser impersonales y objetivas, pertenecen a ejecutivos y a inversores cuyo crudo propósito, más allá de la palabrería peculiarmente religiosa y hasta mística a la que son aficionados, es acumular dinero y poder en una escala como no ha existido nunca antes en la historia del mundo, igual que nunca antes los cambios han sido tan radicales y tan acelerados. El argumento de que ya hubo en otras épocas gente retrógrada que se oponía a la imprenta, o incluso a la escritura, está ya tan repetido —y tan desacreditado— que hasta sus mismos defensores se van cansando de repetirlo. Lo que cuenta en la tecnología no es su posible maravilla, sino quién la posee, y qué uso se le da, a quién beneficia, a quién perjudica, cuáles son sus efectos sobre la vida social, cuántos de ellos beneficiosos y cuántos destructivos, y qué herramientas tiene una sociedad democrática para regularla para el bien de la mayoría, y para evitar en lo posible sus consecuencias devastadoras para los trabajadores.

[...] Pero donde la tontería artificial demuestra sus verdaderas posibilidades es en otra oferta del museo, titulada Bonjour, Vicent. Hasta ahora, la voz de Van Gogh llegaba hasta nosotros verdadera y cercana en las cartas a su hermano Théo. En una pantalla, una especie de penoso doble que no habría perpetrado ni el ilustrador más inepto de novelitas románticas, pero dotado de movimiento y de voz, está disponible para responder a las preguntas de los espectadores. Un algoritmo diseñado por un gran equipo de ingenieros ha procesado las cartas a Théo y los textos de algunas biografías. El espectador hace su pregunta y Vincent —cercano, nada solemne, hasta relajado, como si se sentara no en un sillón rancio del siglo XIX, sino en el taburete de un bar— pone el gesto de quedarse pensando, y responde en francés o en inglés, con una corrección robótica, hilando frases extraídas de las cartas o de orígenes más dudosos con la astucia torpe de quien urde un refrito en un trabajo para la facultad. Alarmada la dirección del museo, porque la mayoría de las preguntas se centraban morbosamente en el suicidio, y temerosa sin duda de posibles demandas, se modificó el algortimo para que transmitiera lo que ahora se llamaría un mensaje de positividad. Con su extraña voz de extraterrestre, Van Gogh, o más bien “Vincent”, responde a la pregunta de un visitante: “Te imploro esto: agárrate a la vida, siempre hay belleza y esperanza”. Ha hecho falta toda la sofisticación de la inteligencia artificial para que Vincent van Gogh regrese al mundo de los vivos a dar consejos como de Paolo Coelho.


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