Estamos viviendo el desbordamiento del más inmundo de todos los lenguajes, el del odio puro
Varias razones explican el hedor irrespirable de la vida pública española. Una de ellas es que han reventado las cañerías del idioma. La fetidez que antes circulaba por la oscuridad subterránea a la que solo se puede descender con mascarillas de oxígeno y equipos adecuados de protección ahora ha salido a cielo abierto. Palabras, insultos, expresiones que parecían confinadas a las barras de bares con televisores y tragaperras a todo volumen, suelos sucios de colillas y cáscaras de gambas, ahora emergen con abundancia amazónica de los colectores inmundos de las redes sociales y llegan a infectar el espacio hasta ahora seguro y aséptico de los telediarios. En su segundo mandato, impulsado por una creciente paranoia, y por ese peculiar resentimiento no del fracasado, sino del que lo ha conseguido todo, el presidente Richard Nixon instaló en su despacho de la Casa Blanca un sistema de grabación en cintas magnetofónicas que se activaba automáticamente con la voz. Nixon era uno de esos hombres temibles que están obsesionados con el lugar que ocuparán en los libros de Historia. Gracias a su obsesión por grabarlo todo, se aseguró desde luego la preeminencia que buscaba, aunque no como un héroe, sino como lo que en realidad era, un canalla, un cínico, un criminal dispuesto a bombardear a centenares de miles de inocentes, un tramposo, un racista obsesivo, tan grosero en su odio contra los judíos y los negros como contra los homosexuales y los disidentes políticos. Con un murmullo sombrío de canalla en una película en blanco y negro, Nixon mostraba en los miles de horas de sus cintas el reverso del personaje que con tanto esfuerzo representaba en público. Que él mismo maquinara tan obsesivamente los medios de su propia caída parece uno de esos efectos de justicia poética que son más frecuentes en la literatura que en la realidad.
La retórica publicitaria y patriótica de la política americana, con su optimismo maniático del éxito individual y sus apelaciones a la protección de la divina providencia, serían difícilmente imaginables en una Europa donde la religión no tiene ninguna influencia, y donde la palabrería de los sueños cumplidos no se la creen ni los concursantes en Eurovisión. Los excesos de elocuencia no despiertan el entusiasmo, sino la desconfianza y la risa, más aún en un país como el nuestro, en el que una de las razones más poderosas para liberarse de la dictadura de Franco era no seguir aguantando la oratoria de sus jerifaltes, aquellas proclamas de “inquebrantable adhesión” recitadas con el trémolo épico de los locutores del NO-DO, o de los entonces llamados “procuradores en Cortes”.
Un idioma limpio, preciso y expresivo es tan esencial para la vida democrática como un buen suministro de agua potable para la salud pública. Antes de que casi acabaran con ellas la polución química de los desechos industriales, colonias de millones de ostras depuraban las aguas de la bahía del Hudson, y habían dado alimento durante siglos a los pobladores nativos de sus orillas. El habla vívida y correcta, la poesía, el periodismo bien escrito, las novelas, las canciones, depuran tan naturalmente el idioma como las ostras suculentas, y por fortuna recuperadas, depuran las aguas del Hudson, pero su eficacia puede ser muy frágil. Cada vez que se publican nuevas grabaciones, la evidencia de las corruptelas y de esa turbia picaresca en la que se mezclan policías mercenarios, empresarios tahúres, parásitos y aprovechados de la política, no sería tan desoladora si no viniera expresada en un idioma bajo y degradado, rufianesco, de timba y puticlub. Valle-Inclán quiso ejercer en sus esperpentos una “estética sistemáticamente degradada” que mostrara en la deformidad de los personajes y en lo paródico y chabacano de la lengua la degradación de la vida política y social española en los años tardíos del reinado de Alfonso XIII. El esperpento más corrosivo sobre nuestro tiempo será el que ponga sobre un escenario las voces literales y las palabras íntegras de nuestros corruptos en las grabaciones. CONTINUAR LEYENDO
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